Tempestad en la cordillera pdf
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Roberto Quispe. Daniel Mercado Davila. Pablo Yac. Juan David. Jorge Garcia Corona. Silvia Quintanilla Ramos. La una aceptable y la otra francamente fea. Con ellas los parroquianos bailaron cuecas y bailecitos de la tierra.
El procedimiento no era desusado entre los campesinos. El amor entre los campesinos quechuas, no tiene sutilezas ni refinamientos. No hay tiempo para eso. Las risas, las canciones y los halagos no tienen sitio en este cuadro de parquedad y pobreza colectivas. Consideraba a Juancito como a su igual, como a su amigo, como a otro hombre. Era como si existiese entre los dos un secreto entendimiento.
Con Marucha era otra cosa. Ella era como su madre, bulliciosa, atrevida, reidora. Las lluvias irregulares. Adquirieron ganado, levantaron una nueva casa. Y se fueron. Las penurias del viaje fueron excesivas. Al principio todo fue bien.
Tengo que madrugar antes del amanecer. No puedo. Esta vida en la mina es muy fregada. Yo le conozco. Tu burrito puede llevar a los dos. Cuando yo me vaya todos han de decir que me he llevado al Juancito y la Marucha. Estaba dispuesto a pagar bien y no tuvo inconveniente en decirlo. Era por ellos y con ellos que deseaba huir. Estaba dispuesto a dar todo lo que tuviese.
Ya te he dicho que con lo que se ha muerto mi mujer lo hemos gastado todo. Yo voy a salir antes que amanezca, a eso de las tres. Tengo que apurarme porque va a caer una nevada y en la cumbre es capaz de helar hasta a las llamas. Los vamos a envolver bien, pues. Yo voy a ensillar los animales en la casa del Condori. Vive en la orilla del campamento. Cmo y dnde, no era un secreto para nadie. Haban estado en las minas en donde pagaban salarios hasta de diez y quince pesos por da, lo que era suma extraordinaria para gentes que a veces no vean tales cantidades en meses enteros.
Es verdad que el. Juan Mamani Poma y su mujer la Mara, deliberaron brevemente. Trabajaran en las minas por unos aos, quiz cinco, quiz menos.
A su regreso, trataran de comprar la propiedad del patrn, en la que eran colonos. Era pequea pero para ellos sera suficiente. Y se fueron. Como ellos y con ellos, muchos otros se lanzaron a la aventura de las minas, como sus padres, una generacin antes, se haban dejado vencer por la tentacin de las salitreras en la costa de Chile. Las penurias del viaje fueron excesivas.
Camiones cargados de gente hasta lo inverosmil, marchas a pie por das enteros, con los nios a la espalda. Al abandonar el vale y subir a la montaa, el fro, este fro cruel que parece defender a zarpazos las cumbres de la cordillera contra la profanacin codiciosa de los hombres, hizo llorar a los chiquillos. La Mara mostr el temple de su alma y el vigor de su cuerpo de hembra joven en estas andanzas. Al principio todo fue bien.
Juan se contrat inmediatamente. Musculoso, elstico y con menos de treinta aos, sera un barretero de primer orden. El salario no result ser tanto como decan, pero aun esos cinco o seis pesos diarios haran una respetable cantidad mensual.
Les dieron unos tugurios por casa pero l se dio modos de levantar tres habitaciones, casi decentes, apoyando una de las paredes, la del fondo, contra la roca. La Mara, tiritando de fro, trabajaba de la maana a la noche haciendo primero comida y despus chicha para otros peones que haban venido de su mismo valle y que eran solteros o haban dejado a sus familias. Las caritas de Juanito y la Marucha se agrietaron al principio hasta sangrar, pero despus se habituaron al fro.
Jugueteaban sin descanso por las lomas casi verticales de esta codillera con entraas de wlfram, Juanito haciendo de minero, horadaba las partes blandas que poda encontrar en la roca, utilizando el cuchillo de cocina de su madre, la que protestaba todo el da por esta causa. La Marucha, prendida al saco de su hermano, pretenda cocinar, como su madre, en pequeos cacharros que le haba comprado su padre.
Las delgadas trenzas de cabello que le colgaban a la espalda ms de una vez, fueron objetos de las iras del hermano que alegaba que la comida no haba estado a tiempo.
Los nios, con la tez oscura y agrietada y la Mara con las manos rajadas, eran el encanto y la razn de ser de Juan. Su pena era que los vea poco. Sala de la casa a las cuatro de la maana y con frecuencia doblaba su jornada para ganar ms.
Cuando volva por la noche, estaba rendido, sin fuerzas ni para hablar. Despus de sostener por ocho horas el taladro contra la roca, los odos y el cuerpo entero continuaban vibrndole con el implacable ritmo de la mquina. Al da siguiente a comenzar de nuevo. Otras veces entraba al turno de la noche, pero esto slo tena significacin en lo que se refera a su mujer y sus hijos porque para l, dentro de la mina, a cientos de metros de profundidad, era siempre de noche.
El aire enrarecido y el calor subterrneo, daban a los obreros una semi-lucidez suficiente para sostener el taladro en las direcciones indicadas por el ingeniero, y para empujar las carretillas de mineral y palear la tierra, pero para nada ms. Los trabajadores semi-desnudos empujaban o cargaban las carretillas o.
La sensacin de ser un gusano atrapado y perdido en un laberinto subterrneo, torturaba a veces la mente de Juan. Entonces, el pesado aire del socavn le pareca la continuacin de la roca oscura, con alucinantes puntos luminosos que eran las lamparillas lejanas de los otros trabajadores.
Para romper esta fascinacin, abandonaba repentinamente el taladro y echaba a correr dando gritos, golpendose contra las salientes del socavn, hasta recobrar, por la violencia del esfuerzo y los golpes, la nocin de tiempo y lugar.
Durante una de estas embestidas contra la oscuridad fue que conoci a Condori que se ech a rer a carcajadas al ver por primera vez a Juan, corriendo enceguecido dentro del socavn.
Ahora, en la chichera, era precisamente Condori quien estaba divirtiendo a los circunstantes con el relato de esta extraa costumbre de su amigo. Le juro por lo ms sagrado. As como estoy diciendo, como un loco siempre se echa a correr ste a veces y da unos gritos de fuertes que hay que or. La ruidosa hilaridad de Condori le oblig a responder: -Mentiras est diciendo ste as hablador siempre es -y Juan busc salir del paso con algunas frases vagas.
Se levant del banquillo de adobes en que estaba sentado, apoy la guitarra que haba dejado de tocar haca rato y se fue al patiecillo interior. All encontr a Gonzles, el arriero de Tapacar, y la conversacin se anud espontneamente entre los dos.
Tengo que madrugar antes del amanecer. Capaz que nieve, el cielo est muy cargado -y despus de un segundo silencio, Gonzles pregunt: -T vas a entrar a trabajar maana? No puedo. No s qu hacer. Mi mujer se ha muerto la otra semana -aqu pareci hacrsele un nudo en la garganta. Trag aire y saliva y continu: -Pulmona le ha dado saliendo de la cocina caliente y este viento helado que no pasa nunca -Ah -En menos de una semana se ha muerto -Qu caray -Ahora mis hijos, el Juanito y la Marucha, no tienen con quin quedarse.
Unos paisanos que coman tambin en mi casa porque la Mara les daba pensin, han tenido que mudarse porque ya no hay quin les prepare la comida. Yo no s qu hacer. Esa que dices la Marucha ya podra cocinar -Si es chiquita! Tendr como cuatro aos y el otro es como dos aos ms grande. Ms grande. Ms bien querra irme de aqu -Eso sera lo bueno. Esta vida en la mina es muy fregada. Toda nuestra platita la he gastado en remedios y para nada -Por qu no te escapas?
Mamani se acerc en la oscuridad un poco ms a Gonzles. En voz baja, con entonacin de pregunta y suplica al mismo tiempo dijo: -Llvamelos a mis hijos hasta Tapacar. Tus animales estn yendo sin carga y no te cuesta nada Yo te dar alcance en el pueblo. Maana en la maana entrar a trabajar. As no notarn nada. Mientras tanto t te llevas a mis hijos.
En todo el da tienes tiempo de sobra para llegar. Me han dicho que no son ms que seis leguas -La Polica Minera? Esos slo buscan a los obreros que se escapan debiendo a la Compaa o a los que roban mineral. Gonzles sufri un sobresalto ante esta ltima frase y quiso saber hasta dnde los chistes de Condori haban sido credos por Mamani.
T no le hagas caso noms. As siempre es. Yo le conozco. Los llevas a mis hijos? El estado de nimo de Mamani no le permita medir la magnitud del pcaro que tena al frente, y como le pareca lgico pagar el flete de las acmilas, se adelant a ofrecerlo: -Mis guaguas no pesan nada. Son bien guaguitas todava. Tu burrito puede llevar a los dos. Adems, el flete, claro que te he de pagar Gonzles sigui ponderando silenciosamente el problema como si fuese algo ms grave o ms difcil de hacer de lo que en realidad pareca.
Mamani interrumpi su reflexin: -Llegando a Tapacar me los tienes en tu casa noms. Maana en la noche o al amanecer yo tambin ya he de llegar. Ya te he dicho que mi burrito est cansado y la mula no puede llevar ni caronas porque tiene una mata as de grandeEl ademn exagerado que hizo con los brazos abiertos, se perdi en la oscuridad. Cuando yo me vaya todos han de decir que me he llevado al Juancito y la Marucha.
No los voy a dejar, tambin, en esta mina de -Y por el flete noms, zoncera sera Mamani comenz a ver claro el asunto. Era simplemente cuestin de cunto pudiera ofrecer. Estaba dispuesto a pagar bien y no tuvo inconveniente en decirlo. Eso no es nada veinte pesos para qu siquiera hablar -Cunto quieres entonces?
Ante esta reiterada alusin a las autoridades, Mamani comenz a sospechar si las bromas de Condori seran algo ms que bromas; si en efecto este arriero sera ms bien un ladrn de minerales que encubra sus actividades con el pequeo comercio que poda trasladar de mina en mina, a lomo de sus flacas y maltrechas acmilas.
Quiso tantear cmo reaccionara el hombre y dijo como para s: -Qu siempre te han hecho los de la Polica a ti, pues. Ni que fueras uno que rescata minerales para venderlos afuera La reaccin no se dej esperar: -Eso es mentira -interrumpi Gonzles al darse cuenta inmediata de que haba ido muy lejos en sus exigencias y que, de tanto referirse a la Polica Minera, dando expresin sin duda a su miedo subconsciente, haba resultado cogido ahora en su misma trampa. Busc corregir su error moderando sus pretensiones.
Es tambin por los animales que estn muy mal. Como eres amigo del Condori que es mi paisano, te cobrar ciento cincuenta pesos y te entrego a las guaguas en Tapacar cuando llegues Era un robo, pero Mamani estaba dispuesto a dejarse robar.
Desde que vio la posibilidad de huir de la mina, de volver a su valle, a la vera de su pequeo ro, entre las chacras de maz, a la sombra de los rboles, le pareci que haba de nuevo esperanzas, si no para l, herido interiormente por la muerte de la Mara y extenuado fsicamente por el brutal trabajo de barretero, al menos para sus hijos. Eran ellos a quienes quera salvar ahora. Era por ellos y con ellos que deseaba huir. La perspectiva para Juanito y la Marucha de una vida sin esperanza ni alegra en este desierto rgido de sinuosidades gigantes, a cuatro mil metros de altura, sin vegetacin alguna, le pareci de pronto una pesadilla.
Qu sera de ellos? Habitualmente extrao a la ternura por la herencia de parquedad emocional que corra por sus venas de mestizo juntamente con la sangre indgena, esta vez la pena presentida le estruj el pecho ante la visin de lo que poda esperar a sus hijos. Estaba dispuesto a dar todo lo que tuviese. Ya te he dicho que con lo que se ha muerto mi mujer lo hemos gastado todo. Te juro por Dios que no tengo ms -Bueno, est bien.
Yo voy a salir antes que amanezca, a eso de las tres. Tengo que apurarme porque va a caer una nevada y en la cumbre es capaz de helar hasta a las llamas. T no eres de por aqu y no sabes lo que es eso Quin sabe si podrs bien pasar la cuesta maana por la noche. Si algo les pasara a ellos yo no s -Claro.
Los vamos a envolver bien, pues. Siempre tendrs unas frazadas. Mejor saldremos juntos de aqu, dentro de un rato y as nos vamos a tu casa y sacamos a tus hijos. Yo voy a ensillar los animales en la casa del Condori. Es mejor salir de ah. Vive en la orilla del campamento. Mis pobres guaguas van a tener mucho fro Su voz estaba ronca por la emocin contenida. Entraron de nuevo a la habitacin donde haban estado bebiendo.
Tenemos que irnos. Levntate y vest a la Marucha. Aprate Aprate. Mamani encendi una vela de sebo, a medias consumida. A su luz temblorosa y desigual, pudieron verse los ojos de Juanito, enormemente abiertos.
El nio pugnaba por despertar del todo. Cuando se incorpor al fin y empez a ponerse el pantaln de bayeta, Gonzles que estaba parado junto a Mamani Poma, pudo apreciar que se trataban de un nio mestizo como su padre y como l mismo, de unos seis aos de edad, con expresin inteligente. Juanito mir a Gonzles primero y despus a su padre como preguntndole quin era el visitante.
Mamani Poma explic: -Con este amigo se van a ir antes de que amanezca. La sorpresa del nio encontr su curso en una pregunta ansiosa, hecha en quechua como para asegurar mayor intimidad: -Khanri? Tendra que explicar sin duda. El nio era demasiado perspicaz para ser engaado simplemente. En la noche. Nos vamos a escapar porque si no, los carabineros de la Polica nos agarraran.
T ya eres un hombre y le vas a ayudar a la Marucha que es chiquita. Nos vamos a volver al valle, pero primero vamos a ir a la casa de este amigo en Tapacar. Ah me van a esperar. Con este amigo que los va a llevar hasta su casa. Lo inesperado de la pregunta dej atontado a Mamani. Trag un bocado imaginario y coment: -S. Ella tambin va a venir. Pero aprate. Ponte tu ponchito y tus medias de kaito. Levant a la chiquilla en sus brazos y ella abri los ojos, vio a Gonzles y se ech a llorar.
A ver, de qu? Al or la voz de su padre y caer en cuenta que estaba en sus brazos, la pequea Marucha se tranquiliz y quiso volver a dormirse para lo que estaba acomodndose mejor cuando Mamani la hizo parar en el suelo.
As la despert del todo. Le acarici los cabellos y la cara. Intervino Juancito: -Nos estamos yendo Marucha. Ven, te voy a vestir antes que los carabineros vengan La amenaza hizo llorar de nuevo a la nia pero el padre la consol.
Ella se dej vestir, soolienta. Era una chiquilla de unos cuatro aos, con el cuerpecito que permita adivinar lo que sera a los treinta; buena moza, ms slida que esbelta, con las caderas anchas, las piernas robustas, el seno amplio y los brazos fuertes.
Al mirarla, Mamani Poma, vio a su mujer cuando era nia. Para ahuyentar el recuerdo se puso a ordenar apresuradamente unas alforjas con lo ms necesario para el viaje. Despus hizo el desayuno en la pieza siguiente ayudado por Gonzles. Envolvieron a los nios en gruesas frazadas de lana de oveja toscamente tejida, y se los llevaron en brazos. Apenas era posible caminar por la senda que bajaba y suba como un hilillo blanco en medio de la oscuridad.
Era an de noche cuando Mamani Poma prob por ltima vez si las ataduras con las cuales estaban sujetos sus hijos al lomo de un pacfico asno, eran lo suficientemente fuertes como para evitar la cada de los nios en alguna de las interminables subidas y bajadas que tendran que recorrer antes de llegar a Tapacar. El grupo compuesto de Gonzles, Mamani Poma, Juancito y la Marucha, con el agregado de una mula y el asno en el que cabalgaban los nios, se detuvo al llegar al extremo del campamento.
Las ltimas casuchas haban quedado a alguna distancia. El grupo estaba en el fondo de una quebrada desde la cual parta la cuesta de salida al camino de Tapacar.
Ahora me regreso y entro en la mina en el turno de las cuatro para salir a las doce del da. Despus de dormir un poco, me escapo en la nochecita y maana a esta hora ya voy a estar en Tapacar. Son seis leguas noms y no te puedes perder. El camino es claro, pero la nieve te ha de embromar. Fijo que hoy en la tarde va a nevar -Cmo sabes? Los animales tambin estn apurados y ellos saben bien Efectivamente, la mula y el asno se movan inquietos. En la oscuridad se oy la voz de Mamani Poma: -Juanito, vas a cuidar bien a la Marucha.
No la vas a hacer llorar. En la alforja hay khokhahui para cuando tengan hambre. La chiquilla despert un poco y sonri a su padre. Despus, Mamani Poma, abraz y bes a Juanito. En un ratito yo voy a venir detrs de Uds Gonzles arre las bestias que comenzaron a trepar la cuesta. El amanecer apenas era perceptible a causa de las densas nubes que cubran el cielo. Faltaban todava bastante para llegar a la cumbre. Marucha estaba dormida y Juanito cabeceaba por momentos, para despertar sobresaltado, con el temor de caer del asno arrastrando a su hermanita, cuya pequea cabeza tena apoyada en uno de sus hombros.
Gonzles vena detrs, a pie, sin apurar a las bestias cuya prisa pareca ser an mayor que la de l. Voy a apretar la cincha para la cuesta. Las sendas por las cuales slo las bestias y las gentes habituadas pueden transitar, suben como un gusano interminable, kilmetro tras kilmetro, legua tras legua para alcanzar la cumbre de un muralln gigante y precipitarse al otro lado, retorcindose con angustia, hasta el fondo de una quebrada, cuyo hilillo de agua cristalina y helada cruza por debajo, y con renovado impulso, trepan el muralln del frente, an ms alto que el otro, para precipitarse de nuevo al fondo.
Y as, sin cesar, una hora despus de otra, un da despus de otro -Bueno. Vamos -y el grupo reanud su marcha. La belleza de una gran cadena de montaas, contemplada de estas cumbres, es slo comparable a la belleza eternamente cambiante del mar. Y como el mar, la cordillera nunca es igual a s misma. Cambia de color con las variaciones de la luz; cambia cuando las nubes le ponen un manto inmenso de sombra sobre sus lomos; cambia con cada paso del que la mira.
Ansiosa de exhibirse, presenta una nueva silueta, una nueva forma a cada vuelta de sus salientes. Su grandeza es desolada y solemne. Cuando al fin los temblorosos pies del viajero han alcanzado una elevacin que se alza sobre todas las otras, quiz a cinco mil metros, de nuevo la imagen del mar es la nica comparacin admisible.
Pero de un mar cuyas olas agitadas por una tempestad terrible se hubiesen petrificado de repente. En nada de esto pensaba Gonzles al caminar aprisa detrs de sus acmilas. Habituado a la cordillera desde su niez, slo su ausencia habra podido causarle inquietud o emocin. En cuanto al mar, no lo conoca y apenas tena nocin de su existencia. Para l, el trmino del mundo estaba all donde la montaa se rebaja tanto que se convierte. Su mente estaba ocupada en otra cosa.
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